AI Art: El Murmullo del Bosque Escena 1: Los Últimos Thalorien El viento nocturno susurraba entre las ramas de un Sauce, cuyo tronco milenario crujía como si respirara con cada brisa. Sus raíces se agitaban con una inquietud inusual, desplazándose bajo la tierra como si buscaran algo perdido. Aquel árbol no era cualquier criatura del bosque: era el Argentis, uno de los últimos Thalorien antiguos aún vivos, sabio entre sabios, testigo de los siglos que el tiempo había querido enterrar. Muchos Thalorien —criaturas que nacían como árboles, bestias o entidades naturales— habían desaparecido con el pasar de los eones, víctimas de las guerras elementales, la erosión mágica o la caza ritualizada por parte de magos que buscaban su esencia para pociones poderosas. Algunos de ellos, con los siglos, alcanzaban una transformación singular: al cumplir los mil años, despertaban su consciencia, su forma se afinaba, sus pensamientos emergían, y algunos incluso adquirían voz y rostro. Argentis era uno de esos. Uno de los pocos. La gente del bosque, en un gesto de respeto y admiración, solía dar nombres a estos Thalorien humanizados, una tradición que celebraba su despertar y su singularidad. Desde la espesura del bosque, emergió Eshvará, Dríada del Claro de los Recuerdos. Caminaba con una gracia que parecía flotar sobre la hojarasca. Su piel oscura absorbía la luz de la luna, sus ojos verdes brillaban con sabiduría antigua, y su cabello caía como una cascada de helechos. La confianza entre ellos era palpable. —Amigo mío —murmuró al acercarse al tronco del árbol y recostarse cómodamente en sus ramas arqueadas—, ¿qué tienes? Llevas días inquieto. Tus raíces no han dormido. El Sauce soltó un crujido largo, como un suspiro, y dejó caer algunas hojas doradas sobre su hombro. —Recuerdas a los humanos de los que siempre te hablo —respondió por fin, su voz vibrando como si hablara desde el corazón de la tierra—. La pareja que me visita. Ellos deberían llegar pronto.

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El Murmullo del Bosque
Escena 1: Los Últimos Thalorien
El viento nocturno susurraba entre las ramas de un Sauce, cuyo tronco milenario crujía como si respirara con cada brisa. Sus raíces se agitaban con una inquietud inusual, desplazándose bajo la tierra como si buscaran algo perdido. Aquel árbol no era cualquier criatura del bosque: era el Argentis, uno de los últimos Thalorien antiguos aún vivos, sabio entre sabios, testigo de los siglos que el tiempo había querido enterrar.
Muchos Thalorien —criaturas que nacían como árboles, bestias o entidades naturales— habían desaparecido con el pasar de los eones, víctimas de las guerras elementales, la erosión mágica o la caza ritualizada por parte de magos que buscaban su esencia para pociones poderosas. Algunos de ellos, con los siglos, alcanzaban una transformación singular: al cumplir los mil años, despertaban su consciencia, su forma se afinaba, sus pensamientos emergían, y algunos incluso adquirían voz y rostro. Argentis era uno de esos. Uno de los pocos. La gente del bosque, en un gesto de respeto y admiración, solía dar nombres a estos Thalorien humanizados, una tradición que celebraba su despertar y su singularidad.
Desde la espesura del bosque, emergió Eshvará, Dríada del Claro de los Recuerdos. Caminaba con una gracia que parecía flotar sobre la hojarasca. Su piel oscura absorbía la luz de la luna, sus ojos verdes brillaban con sabiduría antigua, y su cabello caía como una cascada de helechos. La confianza entre ellos era palpable.
—Amigo mío —murmuró al acercarse al tronco del árbol y recostarse cómodamente en sus ramas arqueadas—, ¿qué tienes? Llevas días inquieto. Tus raíces no han dormido.
El Sauce soltó un crujido largo, como un suspiro, y dejó caer algunas hojas doradas sobre su hombro.
—Recuerdas a los humanos de los que siempre te hablo —respondió por fin, su voz vibrando como si hablara desde el corazón de la tierra—. La pareja que me visita. Ellos deberían llegar pronto.
—— the end ——
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El Murmullo del Bosque Escena 1: Los Últimos Thalorien El viento nocturno susurraba entre las ramas de un Sauce, cuyo tronco milenario crujía como si respirara con cada brisa. Sus raíces se agitaban con una inquietud inusual, desplazándose bajo la tierra como si buscaran algo perdido. Aquel árbol no era cualquier criatura del bosque: era el Argentis, uno de los últimos Thalorien antiguos aún vivos, sabio entre sabios, testigo de los siglos que el tiempo había querido enterrar. Muchos Thalorien —criaturas que nacían como árboles, bestias o entidades naturales— habían desaparecido con el pasar de los eones, víctimas de las guerras elementales, la erosión mágica o la caza ritualizada por parte de magos que buscaban su esencia para pociones poderosas. Algunos de ellos, con los siglos, alcanzaban una transformación singular: al cumplir los mil años, despertaban su consciencia, su forma se afinaba, sus pensamientos emergían, y algunos incluso adquirían voz y rostro. Argentis era uno de esos. Uno de los pocos. La gente del bosque, en un gesto de respeto y admiración, solía dar nombres a estos Thalorien humanizados, una tradición que celebraba su despertar y su singularidad. Desde la espesura del bosque, emergió Eshvará, Dríada del Claro de los Recuerdos. Caminaba con una gracia que parecía flotar sobre la hojarasca. Su piel oscura absorbía la luz de la luna, sus ojos verdes brillaban con sabiduría antigua, y su cabello caía como una cascada de helechos. La confianza entre ellos era palpable. —Amigo mío —murmuró al acercarse al tronco del árbol y recostarse cómodamente en sus ramas arqueadas—, ¿qué tienes? Llevas días inquieto. Tus raíces no han dormido. El Sauce soltó un crujido largo, como un suspiro, y dejó caer algunas hojas doradas sobre su hombro. —Recuerdas a los humanos de los que siempre te hablo —respondió por fin, su voz vibrando como si hablara desde el corazón de la tierra—. La pareja que me visita. Ellos deberían llegar pronto.

about 1 month ago

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